Caminábamos por las calles de Belén. Mis amigos y yo habíamos cogido el autobús en Jerusalén y nos ha dejado junto al Muro de la Vergüenza. Tras pasar el control de pasaportes y atravesar los interminables pasillos, hemos salido al otro lado. Vengo acompañado por mi esposa y por otros dos matrimonios que suelen viajar con nosotros. En la Agencia de viajes nos aconsejaron que no viniéramos dadas las circunstancias actuales, pero para mí era imprescindible poder estar en el lugar donde los cristianos creen que nació Jesús de Nazaret antes de que sea demasiado tarde.
Tomamos la carretera de Hebrón. Pasamos por la tumba de Raquel, y después por la calle de los Niños. Apenas encontramos puestos ambulantes. Sólo muy pocos que vendían frutas o pescado.
Vimos la Capilla de la Gruta de la Leche y por fin llegamos a la plaza del Pesebre y a la Basílica de la Natividad, exhaustos tras subir la empinada cuesta.
No había colas y pudimos pasar sin demora. Agachados atravesamos la pequeña Puerta de la Humildad que conducía al interior, y nos sobrecogió su belleza, comparada con la rusticidad del exterior. Seguimos el camino que marca la magnífica columnata dórica hasta llegar al altar mayor y, por fin, bajamos a la gruta del pesebre. Pude tocar la estrella de plata de catorce puntas que señala el lugar del suelo donde, al parecer, una judía, María la Virgen, parió a Jesús, el que predicó el amor y la paz. No sé si el lugar será exacto pero lo cierto es que salimos de allí inundados de bienestar espiritual, de felicidad.
Abandonamos la Iglesia y seguimos andando durante media hora hacia el este, por la calle del Pesebre, y después por la calle Arafat, hasta llegar al Campo de los Pastores, a las afueras, donde, según los creyentes, se produjo la anunciación por los ángeles a unos pastores del nacimiento del Mesías.
Desde aquel lugar lo hemos presenciado todo. Catorce misiles han caído sucesivamente sobre el centro de Belén destruyéndolo todo. Nos hemos tirado a tierra tapándonos la cabeza y los oídos para protegernos del terrorífico ruido. Ahora, otra vez de pie, miramos hacia el centro de la ciudad y no queda nada, solo una inmensa columna de humo negro, y lejanos gritos y quejidos de hombres, mujeres y niños.
Creo que Israel ha terminado la limpieza étnica en la Franja de Gaza, y ahora le toca a Cisjordania. Lo que no había imaginado es que no respetarían el lugar de nacimiento del Rey David.
¡A ver cómo salimos de aquí! ¡Que Jesús nos proteja!
Cádiz, 9 de marzo de 2024
© José Manuel Cumplido Galván