Esta mañana, al salir de mi cuarto, vi que la puerta del suyo no estaba cerrada como de costumbre. El lavabo y los estantes del baño estaban libres de botes; pude andar desnuda por el piso.
No tuve que cargar de agua ni de café la cafetera, ni tuve que subir el dispensador de café para que cupiera mi taza. En el fregadero no se encontraban ni su coctelera para hacer el batido de proteínas, ni el cuenco en el que bate los huevos para la tortilla de su merienda. Para el almuerzo he puesto sólo dos cubiertos en la mesa. Esta noche tenderé la ropa en los tendederos del patio sin miedo a perturbar su necesario descanso que le permite madrugar y preparar las oposiciones. Mañana, en el supermercado, no tendré que comprar copos de avena, yogur de proteínas ni arándanos. Cada gesto cotidiano, cada paso que he dado durante el día, me lo han recordado.
Se ha ido a Madrid para dedicarse, en el ejército, a la defensa de nuestra patria. Patria digo, sí; ya está bien de que se apropien de esta bella palabra determinados grupos políticos. Cuanto más conozco la historia de España, más la amo. Puede que vuelva derrotado en esta batalla, pero estoy segura de que vencerá en la guerra.
¡Echo tanto de menos a mi hijo! Percibo constantemente el terrible vacío que ha dejado. El hueco helado en el cuerpo de su madre. ¡Ay!, ¡cuántas madres huecas con hijas e hijos que nunca volvieron!
Cádiz, 4 de julio de 2023
© José Manuel Cumplido Galván
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