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domingo, 12 de febrero de 2023

Rutina

    Avanzamos por la autopista en un día radiante que me hace sentir la viva alegría de una niña que va dando saltitos de la mano de su padre, la víspera de Reyes.

    Conduce mi mujer y veo de repente, en medio de la calzada, lo que me parece un animal muerto con las tripas pegadas al asfalto. Conforme nos acercamos me doy cuenta de que, en realidad, es una bolsa de basura. Mi felicidad juvenil comienza a esfumarse.

    Alguien que va viajando en un coche, decide tirar una bolsa de basura en medio de la carretera. Yo, que me sentía tan pletórico esta mañana pensando aquello de que "todo el mundo es bueno", choco de repente contra la decepción. Me vienen a la cabeza los incivilizados, los maleducados, los  violentos. Pienso en los acosadores, los asesinos, en las guerras. Siento el terror de pensar que en la vida puedes encontrar gente así. Se derrumba mi sensación de confort, de abrigo, de calor. ¡Estamos tan expuestos! ¡Tan desprotegidos! ¡Somos tan vulnerables!

    Continuamos el viaje. Las paredes verdes de la autopista te regalan la ilusión de estar atravesando un bosque. Poco antes de llegar a nuestro destino me sucede algo ilógico: veo en el margen izquierdo un pequeño pueblo blanco, de cuyo nombre no puedo acordarme. Nunca lo había visto. Diría que ha brotado hoy espontáneamente como un nuevo espacio de civilización, de vida humana protegida. Es la contralógica de la esperanza.
 
    Salgo de casa a pasear a Pipo por el barrio. Voy viendo los rostros conocidos, que me son familiares. Los rostros de desconocidos, que también me lo son. Mi edificio, mi calle. Comercios, bares,  parques, pasos de peatones. No los miro, pero van sucediendo  alrededor.

    Quiero hacer cada mañana lo mismo, cada tarde, cada noche. Fregar los platos cada día me da seguridad y bienestar. Quiero mi semana igual, con los mismos viernes, sábados y domingos: ¡bendita rutina!. Deseo permanecer en mi entorno. Salir de él me causa desazón, tristeza. Lo necesito para vivir, y ya no quiero salir de él.

    Cuando sacamos a un anciano de su casa, para llevarlo a una residencia, es presa del pánico. Necesita por ello, para sentirse bien, muchos cuidados y mucha compañía, mucho calor y mucho cariño, que le toquen las manos y lo abracen.

    Otra vez en la autopista. Esta vez solo. Conforme me alejo de Cádiz aumentan mis ganas de llorar, a pesar de que he tomado mi medicación. Dejo atrás la seguridad, viajo hacia lo extraño, hacia la indiferencia, hacia la soledad, hacia el desamparo. Ya  lo que siente mi perro cuando, estando de vacaciones, salimos y se queda solo en el apartamento. 

    Ahora sé que navego, en un buque llamado "Esperanza", rumbo al puerto de mi ancianidad.

Cádiz, 7 de febrero de 2023

© José Manuel Cumplido Galván

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