Acabo de llegar a casa y me he sentado a escribir. Vuelvo de celebrar mi Santo en un restaurante próximo al cabo de Roche, con mi esposa y mi hijo menor.
Ahora no está de moda. Se prefiere el cumpleaños. No soy creyente pero me gusta festejar el día del año asignado a mi nombre. Es un nombre propio, mío. No es un nombre común como "hombre", "mujer" o "gente". Se refiere a mí solo, me distingue de los demás. Se ha hecho carne en mi. Por otro lado, los Santos existen. Van por la calle como los demás. Te los cruzas a cada paso. Son personas inmensamente inteligentes y por tanto, inmensamente buenos. No es necesario que ninguna iglesia los canonice.
En el restaurante, pedí cerveza, rioja y un completo: chorizos, filetes, huevos y un montón de patatas fritas. Me hizo recordar mis tardes de paseo durante el servicio militar en el Centro de Instrucción de Marinería de San Fernando, donde ese milagro gastronómico nos rescataba de los sabores y los olores del comedor del cuartel. Estuve viendo todo el tiempo, con suma tristeza, cómo los camareros retiraban platos y más platos de patatas fritas de las guarniciones, que la gente había dejado, para tirar a la basura.
Mientras escribo, en la tele están poniendo una noticia en la que se ve una cola interminable de ucranianos que huyen de la guerra y pasan la frontera de Polonia. Vienen hambrientos y sedientos. No tienen qué llevarse a la boca. La mayoría son mujeres y niños, vienen bien vestidos, bien abrigados, cargados de sus bolsas y maletas. Han organizado unas zonas donde están repartiendo comida y agua, que han llegado gracias a la solidaridad humana. Buscan entre las bolsas y cajas lo que necesitan, y sonríen a la cámara mientras se encaminan a tomar un autobús que han fletado algunos santos voluntarios para llevarlos a Cracovia.
Ahora ponen otra noticia. Ganaderos que no pueden producir debido a la subida del precio de los piensos, de los combustibles, de los transportes. Están tirando la leche de los enormes bidones de acero inoxidable al suelo; no les interesa comercializarla.
Voy a dejar de escribir, a levantarme y a apagar el televisor. Ya está bien por hoy. Mañana será otra vida.
29 de marzo del 2022
© José Manuel Cumplido Galván