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viernes, 25 de diciembre de 2020

Sócrates

 Sí, es cierto: "Luchas por la vida a 3.000 kilómetros de distancia".

Has tenido que aprender el idioma. Te ha entrado en la cabeza a martillazos. ¿Cómo si no, se puede asimilar que te encuentres 7 consonantes seguidas sin ninguna vocal? ¿Cómo se pronuncia eso Dios mío? (La gente de Ahí, cuando llega a su casa tras una interminable jornada de trabajo, se pone la bata, las zapatillas, se sirve una cerveza y se sienta en el sofá. Se relaja y comienza a hablar normal, en español).

Estás en tu campo de batalla. Las gigantescas fábricas de automóviles te quieren fagocitar. Levantarse a las 5 de la madrugada es brutalmente inhumano. El frío se te clava en el corazón y en los huesos. A las 4 de la noche (no de la tarde) la tristeza te invade y tienes ganas de llorar, mientras la lluvia percute en los cristales como balas de hielo, disparadas, quizá, por algún Arcángel desde las alturas.

Te duele en lo más hondo la sobreexplotación a que eres sometido en el Hotel Tom's Hill, dónde cambias fundas de nórdicos hasta que te sangran los nudillos.

Deseas regresar a tu tierra y a tu mar.  Volver a pisar ese graderío al que llega un aroma animal a hierba y a tierra mojadas, y donde entonáis tantas alabanzas. Gozar los tangos y pasodobles por las estrechas calles de tu ciudad. Sumergirte en tu lengua. Tocar y oler a tu gente. Pero no vienes todavía: lo harás cuando termine la guerra. Tú jamás te rindes. 

Sé que Ahí también te adoran. Anhelo tu presencia, aunque me resigno: la clase de Amor que te profeso  incluye renuncia y sacrificio. ¡Te echo tanto de menos!

Querido Sócrates:

Preparo un Banquete para celebrar tu llegada.

© José Manuel Cumplido Galván

jueves, 3 de diciembre de 2020

Sin nombre

 Dejas tu casa. Donde han nacido tus tres hijos. El escenario de todas tus luchas, y de todo tu amor. El terreno en el que pones a prueba tu valentía. Comprendes que no puedes vivir sola y solicitas tu ingreso en una residencia, que te parece magnífica. Don Pedro, el médico, Isabel, la psicóloga, Carmen, la trabajadora social, enfermeros, fisioterapeutas, cocineros, limpiadores. Grandísimos profesionales y mejores personas que se afanan en cuidarte.

Te han asignado una habitación con baño para ti sola. Gimnasio, enfermería, jardines... Estás en tu hogar. Algunas de tus compañeras son también amigas. 

Pero hay una auxiliar de clínica que te hace la vida imposible: te roba tus productos de aseo, tus compresas. Te grita que la cama la tienes que hacer tú; pero no puedes, porque casi no ves, y las piernas no te responden. Estás conversando con varios internos en un salón, e irrumpe allí chillando; te acusa de que el chal que llevas puesto, que es regalo de tus hijos, se lo has robado a otra residente. Te acosa. Abusa de su miserable posición de poder frente a tu vulnerabilidad. No cuentas nada porque no quieres preocupar a tu familia. Le estás cogiendo miedo.

Tienes un hijo abogado que sabe lo que ocurre y amenaza a la auxiliar con denunciarla en el juzgado por delitos de acoso y maltrato. Ha sido mano de Santo. Ahora "te ama", te mima. No se le ocurre repetir su depravada conducta. Al menos contigo.

Has esperado a que llegue tu hijo mayor. Es el que reside más lejos y al que menos ves. Hablas con él a diario, pero no es lo mismo hablar que ver, y tocar, y besar. Te da la mano y te sientes íntimamente unida a él. Por eso fluye ese cosquilleo por tus riñones. ¡Te encuentras tan acompañada!

Te vas. Tu hija te espera en el cielo.

©José Manuel Cumplido Galván


miércoles, 2 de diciembre de 2020

DesAmparo

El frágil esqueleto de una rata ha caído desde el techo del garaje al reparar el operario la avería de agua que te ha traído de cabeza todo el fin de semana. Alguien opina que parece una raspa de sardina. Tú piensas que puede pertenecer a una paloma que vuelve con una ramita de olivo en el pico. 

Es verdad. Son similares.  Tienen mucho más en común que diferencias. Tú también tienes bastante parecido con una rata. Sois parientes; tenéis un ascendiente común. (Estáis acostumbrados a sentiros superiores; vuestro ancestral egocentrismo). ¿Eres tú más importante que ese mamífero que te resulta tan repulsivo?. Para sus crías, lo más valioso es la protección que les brinda su Madre.

Ellas conviven con vosotros. Habitan las cámaras de vuestros edificios junto a tuberías y bajantes. Los hogares humanos ocupan apartamentos distribuidos en una cuadrícula tridimensional, encima, debajo, a la izquierda, a la derecha o detrás de otros.

Nueve familias han permanecido sin agua. Por eso tú, cada vez que abres el grifo, te acuerdas de ellos y te duele. Lo haces con timidez, dejando salir un ínfimo caudal. Pero aún así, te hiere. Te viene a la mente su fragilidad. Una simple rotura, causada probablemente por la corrosión del hierro, atacado por la imparable acción del ambiente, pone en jaque la tranquilidad de esa gente, su sensación de seguridad.

Ves por la calle a un hombre joven que pasea junto a una mujer y a un niño. Te horroriza su vulnerabilidad. Ellos caminan confiados, como si ninguna desgracia les pudiera alcanzar; como si un "Ángel Custodio" les acompañara. Pero tú sabes que cualquier detalle insignificante puede cambiar sus vidas para siempre. ¡Están tan indefensos! Los padres amparan a su hijo amado pero, ¿quién les protege a ellos?

Vuelves a casa por la playa. Respiras profundamente ese aire fresco y salobre ("tu Aire Bendito"); te inunda una calma que te rescata del abismo que espera escondido, tras la tercera esquina a la derecha según se entra en el mar. Estás a flote en tu Arca. Pero no te libras del vértigo; te sientes desamparado:

Eres Huérfano.

© José Manuel Cumplido Galván