Llegas a la notaría y te diriges a una oficiala para que te ayude a resolver unos problemas con el testamento de tu amadísima esposa. El inmenso dolor que sientes hace que esas dificultades te ahoguen. Necesitas atención; necesitas calor, y consuelo.
Pero ella no se hace cargo de que estás destrozado. No te comprende. No se pone en tu lugar. Te atiende con suma frialdad y desinterés. No es digna de desempeñar un empleo en que es necesario un mínimo de sensibilidad, para decirte que no sufras más, que tu esposa te acompaña. Cualquier trabajo debería estar basado en la empatía.
Seguramente es una de esas personas que no tiene criterio propio. No piensa por sí misma. Le es más cómodo dejarse manipular. Para entender a otro es necesario pensar.
Durante tu regreso, oyes conversaciones por la calle en las que no quieres participar. Hablan de que Inglaterra aconseja no viajar a España. O de que el paro ha crecido muchísimo durante el confinamiento. O de que el sector turístico ha sufrido enormes pérdidas. Hablan en suma, de las noticias que ha repetido la televisión en el almuerzo y en la cena. Ellos están convencidos de que eligen libremente los temas sobre los que dialogan pero, en realidad, son teledirigidos por grandes empresarios turísticos.
Sin embargo, tú quieres pensar por ti mismo. Quieres expresar ideas propias. Sólo de esta forma puedes entender a los demás. "Ama a tu prójimo como a ti mismo". Compréndelo. Ponte en su lugar. Tenías una amiga que vivía así.
Tu mujer sigue contigo en la colosal travesía de un diminuto Paraíso llamado Tierra por el Universo. Su materia se desplaza a la misma velocidad que tú y en la misma dirección. Su recuerdo vive en tu memoria. También el de tu madre y tu padre. Las células de que estás compuesto son casi idénticas a las suyas.
Ellos no pertenecen al pasado. Existen ahora de otra forma. Están ahí. Son parte de la Tierra igual que tú. Y vienen de viaje junto a ti. Tu hermana también viene.
Y Consuelo.
©José Manuel Cumplido Galván
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