Quedaste en la parada del autobús y allí te lo trajeron. También traían a su madre, para convenceros de que no crecería. Cabía en tu mano. Temblaba muerto de miedo. Era una mercancía. Tú lo compraste: 300 €. Lo separaban de su madre y lo vendían.
Estás dolorosamente arrepentido de aquello. Pero ya es tarde. Ahora es de tu familia. Es tu hermano. ¡Tiene tanto en común contigo! Su ADN es casi idéntico al tuyo.
No es una roca de granito, ni una llama. No es NO2. No es un jazmín, ni un mosquito. Es más cercano. Le entiendes . Ha aprendido a pedirte lo que quiere y lo hace de forma callada.
Tiene una paciencia infinita. Cada vez que volvéis a casa después del paseo, te espera quieto y en silencio todo el tiempo que necesites para acudir en su cuidado. Le limpias y desinfectas todo el cuerpo, le refriegas la cara con las toallitas húmedas. Le pones su pasta de dientes y le das un masaje en las encías. No rechista. Tú también eres paciente con él.
Confía en ti. Sabe que no le abandonas. Sabe que vuelves. Sabe que no le pegas. Que no lo tirarás por la ventana. Por eso duerme relajado.
Cuando vais de viaje y se alojáis en otro lugar, la cosa es distinta: si salís y lo dejáis en casa, es apoteósica la fiesta que os hace a vuestro regreso. No estaba seguro de que volveríais, de que no lo habíais abandonado.
Depende de ti para todo; para comer o beber. Sí. "Tú le proporcionas alimento y él te entrega su vida".
Y tiene ya 10 años.
© José Manuel Cumplido Galván