Nuestro alumbramiento fue prematuro y sólo yo sobreviví. Recuerdo aún la primera sensación luminosa: una luz blanca a intensísima que me cegaba. Nos metieron en la incubadora, pero los doctores olvidaron ponerme la protección ocular, así que el oxígeno quemó mis ojos. No conocí el color ni la forma: pasé del blanco al negro, de la luz deslumbrante a la oscuridad absoluta.
Sé que antes de ese trueno que ruge y retumba dentro de mi pecho, llega un relámpago blanco que preludia la tormenta. Pero para mi no hay aviso, todo es súbito.
Igual ocurre en el hospital donde me encuentro: primero el fogonazo lejano que yo no percibo, después un zumbido criminal que atraviese el cielo, y por último una gran explosión que llena todo de polvo y chillidos, de olor a pólvora, a sangre y a carne quemada. Soy el último en enterarse de lo que se nos viene encima.
Niñas, mujeres, enfermos, nadie escapa al odio del genocida.
Y yo, en mi ceguera, ajeno a la luz, a ese puntito rojo que anuncia una bala, soy un blanco perfecto para los francotiradores que ponen el hospital en su punto de mira.
¡Que Alá me proteja!
Cádiz, 28 de julio de 2024
© José Manuel Cumplido Galván
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