Un sudor frío me recubre: tiemblo,
estoy a punto de morir, se tiñe
pronto mi piel de palidez verdosa
como la hierba.(1)
Se te aparece un ángel de oro y rosas al pie de una batea mientras suenan los compases de un tango que te pone los bellos de punta. Sientes una fuerza inusitada, un impulso que te lanza hacia arriba porque ya no pesas. Eres capaz de superarlo todo. Nada te frena. Saltas los obstáculos gracias a tu ingravidez. Te han crecido alas y vuelas sobre los mortales. Te has convertido en un Arcángel terrenal que puede realizar todos sus deseos.
Al recibir la primera bofetada que te propina la realidad, algunas historias pasadas, se derrumba tu celestial edificio y quieres romper. Ha desaparecido aquel Hada. De golpe se ha caído la ilusión, tu idealización. Pero la idea de perderla es insoportable: estás en la cama y sientes que se mueve; todo te da vueltas, todo se hunde, y eres presa de Demonios que te agarran y tiran de ti hacia abajo. Quieren sacarte de este mundo y arrastrarte a los Infiernos. No puedes más; se te va la cabeza y te invade el pánico. ¿Será esto la muerte? Aunque son las tres de la madrugada, la llamas y le dices que quieres volver, que no puedes vivir sin ella. La conversación telefónica os acerca hasta unir vuestra piel cálida y tersa. Regresa la calma y duermes.
Te despiertas inundado de placer y te derramas en ella, que se encuentra sobre ti a horcajadas. Unidos en un abrazo animal, gozáis la dulce plenitud de las reconciliaciones. Te sientes a salvo de nuevo, y duermes.
Te ha dado un hijo al que habéis puesto por nombre Serafín. Hoy estáis en la consulta del pediatra. Al niño le han salido en la espalda, a la altura de los omóplatos, unos pliegues rugosos. Pareciera que le están naciendo alas.
(1) "Efectos del amor". Fragmento 31. Safo de Lesbos