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viernes, 19 de febrero de 2021

Palabra viva

"David" era un fantasmal rey de Israel que en su juventud había decapitado a un  guerrero gigante del ejército enemigo. Pero el 22 de abril de 1997, el verbo se hizo carne. Es un ser creado por ti; es un rostro bellísimo que sonríe y muestra su amable bondad; es una sensación de carne abierta en tu vientre; es un seco tirón en tus entrañas cada vez que se ausenta; son noches insomnes en el hospital vigilando su sueño. Un pedazo de ti al que, por encima de todo, quieres proteger.

"Muerte" era un etéreo viaje situado al final de la vida. Hasta que se fue tu queridísimo abuelo. Ahora es un dolor indescriptible, una añoranza eterna, una impensada imagen en tu cerebro a la que continúas amando; el recuerdo de un Santo que te enseñaba a leer y a escribir.

"Goya" era una cajetilla de tabaco a la que tu padre recortaba el sello con la efigie del pintor para decorar botellas y vasijas. Después era el transgresor artista que difuminaba su dibujo, en un claro precedente del impresionismo, para legarnos las imágenes más atroces de la Guerra de la Independencia. Hoy es la calle de Cádiz donde se ubica tu hogar y donde "nacieron" y se criaron tus hijos. 

¡Cuántas voces viven hoy en ti! Ese ingente conjunto de vocablos eres tú. Los otros, continúan su quieta hibernación en el diccionario hasta que llegue el arbitrario día en que te nutras de ellos. Creces más y más, conforme los vas incorporando a tu cuerpo. 

David también crece. Sabe que ningún obstáculo, por gigantesco que sea, lo vencerá.

Sí: sois tierra y palabras.

© José Manuel Cumplido Galván


lunes, 8 de febrero de 2021

Amor vuestro de cada día

Te levantas el primero y abandonas, de puntillas, la tibia alcoba; cierras cada puerta tras de ti para que cualquier ruido inesperado no la despierte, aunque dejas una pequeña abertura; así tu diminuto perro, que duerme con vosotros, puede salir de la habitación y venir a buscar su galleta. Subes las persianas muy despacio: no quieres que el esquivo silencio se escape por las rendijas. 

Estás en la cocina, tu doméstico altar. Mientras te deleitas con tu sencillo desayuno vas preparando el de ella. Algunos días elaboras un almuerzo nutritivo, saludable y sabroso; evocas las plantas utilizadas, los animales sacrificados y el trabajo ingente de tantos para obtener vuestro alimento. Mondas y troceas su manzana, como ese paternal gorrión que regurgita las semillas que acaba de ingerir para alimentar a sus hambrientos polluelos en el nido.

Con una célula de cada uno concebís a los dos seres que más amáis en el mundo. 

¡Has aprendido tanto de ella! Su empatía, su tenacidad, su disposición para ayudar a los demás; su organización e higiene en casa; su administración de los bienes; su lucha por vuestros hijos: ahora eres un hombre mucho más completo, aunque te queda un amplio margen de mejora. Ella te ha perdonado las ofensas del pasado.

Tocas todo su cuerpo en un tierno masaje que alivia sus pertinaces dolores y cuando llegas a los pies, le obsequias la Paz, el bien más preciado: la colocas en el onírico regazo de Morfeo y, dulcemente, se duerme.

Compartís el lecho y el placentero calor de vuestros cuerpos. Habéis ahuyentado la soledad; os sentís acompañados.

@ José Manuel Cumplido Galván