Los seres vivos somos compañeros de viaje. Somos pasajeros, en una colosal travesía, de una nave llamada Madre Tierra, que circula sin tripulación.
¿Por qué suspiras cuando le das su premio a Pipo? Lo haces al sentir que ese perro diminuto pertenece a tu familia. Te entiende y le entiendes. Y goza con las cosas más sencillas, como saborear un trozo de pulmón de vaca desecado que le regalas. Tú le proporcionas alimento y él te entrega su vida.
Todo organismo vivo es tu hermano: tenéis un ascendiente común. Ese delicado Jazmín que te obsequia su sutil y finísima fragancia en las noches de verano. Esa repulsiva cucaracha que sorprendes en el cuarto de baño y que te ves obligado a matar. El Cordero lechal que sacrificaron en diciembre para vuestra cena de nochebuena. El Toro que es martirizado y muerto gratuitamente en un ruedo, que lucha por su vida, y que algunas veces logra matar a su hermano torero. Matar es parte de la vida. Aunque todos somos hermanos, Abel mató a Caín.
Nuestros Primeros Padres fueron aquellas bacterias expulsadas del "Paraíso" de la materia inerte, que ni siente ni padece, al reino de la vida. Aparecieron quizá en los fondos oceánicos, dentro de las fuentes hidrotermales de las chimeneas negras. O quizá nacieran en las arenas de las playas radiactivas.
La vida duele y mata. Pero también te brinda goces y alegría. Al morir, tu cuerpo regresa a formar parte de ese universo inerte al que pertenecía desde un Principio.
Polvo eres.
© José Manuel Cumplido Galván