El alumbramiento mío y de mi hermano fue prematuro. Él no consiguió sobrevivir. Yo recuerdo aún la primera sensación luminosa: una luz blanca a intensísima que me cegaba. Me metieron en la incubadora, pero a los doctores se les olvidó ponerme la protección ocular, así que el oxígeno quemó mis ojos. No conocí el color ni la forma: pasé del blanco al negro, de la luz deslumbrante a la oscuridad absoluta.
Me han dicho que antes de ese trueno que ruge y retumba dentro de mi pecho, asustándome y sobrecogiéndome, llega un relámpago blanco que preludia la tormenta. Para mi no hay aviso, todo es súbito.
Igual ocurre aquí en el hospital donde me encuentro: primero el fogonazo blanco y lejano que yo no percibo, después llega un zumbido criminal que atraviese el cielo, y por último una gran explosión que llena todo de polvo y chillidos, de olor a pólvora, a sangre y a carne quemada. Yo soy el último en enterarse de lo que se nos viene encima.
Niñas, mujeres, enfermos, nadie escapa al odio del genocida.
Y yo, en mi ceguera, ajeno a la luz, a ese puntito rojo que anuncia una bala, soy un blanco perfecto para los francotiradores que ponen el hospital en su punto de mira.
¡Que Alá me proteja!
Cádiz, 15 de diciembre de 2023
© José Manuel Cumplido Galván