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sábado, 16 de julio de 2022

Bucéfalo

     Has peleado en cien batallas. Llevas ocho años galopando a través de estos áridos territorios montado por un hombre repleto de armas. Estás exhausto. Ahora te ha llevado cerca de la India,  a la orilla oriental del río Hydaspes, junto a siete mil de tus hermanos. Se os viene encima una cruenta batalla campal, no solo la infantería y la caballería, sino también doscientos elefantes de guerra que, espoleados por el enemigo, arrasarán todo lo que encuentren a su paso. ¡Tira hoy a tu jinete y sálvate! ¡Escapa de ese campo de muerte! ¡Corre libre por estepas, montes y playas, tus crines al viento! 

     Los partes de guerra nunca recogen los caballos fallecidos. Ocho millones murieron en la Primera Guerra Mundial: gas venenoso, fuego de artillería, ametralladoras. Necesitamos ocho millones de Ángeles que se ocupen de sus almas. 

       Te obligan a ir a la guerra y a la feria. A luchar contra tu hermano toro en el coso maestrante. A un galope de alta velocidad, sin sentido ni orientación, por las pistas de un absurdo hipódromo, flagelado por la fusta de tu amadísimo jinete. Te llevan a morir, al real de la feria, de un golpe de calor.

       Ahora te hablo a ti, Alejandro: antes de montar a tu corcel, mírale a los ojos, y podrás percibir su tristeza. Desnudos él y tú: ni bridas, ni bocado, ni espuelas, ni estribos, ni fusta.  

    Hoy aquí, en este castillo de Edimburgo, junto al cementerio de perros, ante esta colosal estatua ecuestre de bronce en la que el artista ha captado la tristeza de sus ojos, tú no vas a salir en la foto. El primer plano es para él.

    Dios: si eres también dios de los caballos, líbralos de todo mal. 

Amén.


Cádiz, 16 de julio de 2022

© José Manuel Cumplido Galván